martes, 21 de septiembre de 2010

Sobre la importancia relativa de las cosas...

Según la escala de valores de cada cual, los sucesos del día a día tienen una importancia u otra para cada persona, sin embargo cuando entran en conflicto los intereses o valores de dos o mas personas, es cuando llegan las auténticas batallas dialécticas en las que cada uno pretende llevar siempre la razón, intentando hacer ver a la otra persona de alguna forma el punto de vista propio.

Como aquella ilustración de dos asnos tirando en dirección contraria cada cual hacia su pesebre; realmente, es mucho más fácil cuando se llega a un consenso, a un acuerdo y se camina en la misma dirección, por partes.

Es ahí donde quiero llamar la atención del que lea esta entrada, en los intentos de imposición de puntos de vista y sobre la forma en la que arrastramos (o lo intentamos) a nuestro interlocutor hacia nuestro punto de vista o aquellas cosas que nos afectan, ya sea de una manera o de otra, generalmente sin intentar ver, comprender o empatizar con su opinión, sino imponiendo la nuestra y tratándonos a nosotros mismos de forma egoísta como prioridad.

Como decía al principio, la escala de valores de cada cual tiene sus máximos, sus mínimos, sus cosas intocables y sus concesiones, dentro de unos amplios baremos (o a veces no tan amplios) que son los que nos hacen animales “racionales” con necesidades de sociabilizar con los que, de una forma u otra, compartimos valores, ideas, pensamientos, hobbies o sentimientos, a veces todo ello a la vez.

La escala de prioridades interior de cada uno lo lleva a veces a realizar cosas que rozan demasiado los límites de aceptación de concesiones en pro de una importancia relativa de un probable o improbable suceso posterior o, simplemente, por la creencia de la necesidad ajena de actuación en lugar de la inmovilidad tan común en los días que corren entre el género humano, que pretende que todo lo que quiere conseguir le caiga del cielo sin luchar, sin arriesgar, sin hacer nada por aquello que quiere.

Sin embargo esa importancia relativa a veces nos hace ver o no ver, cosas que aquellos que tenemos cerca arriesgan, apuestan, hacen o dicen en pro del bienestar de las personas que aprecian.

En muchos casos, aunque lo veamos y seamos conscientes de ello, no le damos importancia, ya que pecamos del egocentrismo de creer que esa persona no lo está haciendo de alguna forma por nosotros mismos, aunque en cierta parte sea cierto, pero hasta el gesto más altruista anhela, que no espera, algún tipo de estimulo positivo de igual magnitud.

Pero claro, por norma general, el ser humano intenta mirar hacia otro lado antes de ser conscientes del sacrificio que otra persona está realizando por ella, resulta más fácil no saber que saber, aferrándose al desconocimiento como arma de doble filo y la estupidez como escudo.

Patético.

Sin embargo es el camino fácil, tomado por demasiadas personas que tienen demasiada mecha pero poca dinamita, un cúmulo de palabras bonitas, de palmadas en la espalda pero, cuando llega la hora de la verdad, desaparecen o salen corriendo, como si fuesen ratas que huyen de un barco a punto de hundirse, cuando realmente son estas mismas ratas las que han hecho todo lo que han podido por hundir un barco que otros intentan mantener a flote.

Pecamos en exceso de soberbia, creyendo en muchas ocasiones que el mundo gira alrededor nuestro y que aquellos que tenemos alrededor están hechos para ser manipulados y servir a nuestros intereses sean los que sean a cambio de migajas de pan mohoso en forma de lo que ellos creen que son favores cuando no son mas que piezas del puzzle en forma de tablero de ajedrez que algunas personas se forman en la cabeza acerca de la realidad que los rodea, creyéndose los reyes y considerando a los demás peones, dándoles la mínima importancia puesto que su megalomanía egocéntrica les impide considerar a los demás sus iguales, sino seres inferiores con los que jugar como fichas sobre un tablero.

Asimismo cometemos el error de aplicarle a personas o hechos la prioridad o situación en nuestra escala que nunca merecieron o se ganaron por el mero hecho de sentirnos bien ayudando, cosa que como decía una amiga anteriormente afincada en Barnacity, son sanguijuelas haciéndose pasar por débiles criaturas desvalidas con necesidad de alguien que venga a sacarlas del apuro.

Según esta teoría, hasta el más monstruoso de los humanos masculinos tiene un héroe dentro, el cual sale a relucir cuando en alguna parte de su cortex cerebral, identifica a alguien débil en un aprieto, aunque en el caso de los mas retorcidos o manipuladores solo vean comida o un nuevo peón.

Por desgracia tod@s conocemos a alguien así y en términos generales son las personas que suelen marcar los baremos de medida del género al que pertenezco con aquella célebre frase de: “es que todos los tíos sois iguales” o incluso peor, creemos su engaño hasta que es demasiado tarde y han conseguido su propósito desechándonos instantes después como basura no reciclable.

Con eso demostramos que la importancia que le damos a uno o varios sujetos con patrones de comportamiento/pensamiento similares es excelsa en comparación con el resto, viendo en gestos y comentarios que podrían ser indicativos, similitudes entre ambos, cerrando así puertas, ventanas y candados alrededor del lugar que creemos podría ser invadido.

Nuestro mismo interior.

Pensando el escapar de la civilización por negarse a ver la realidad, por negarse a querer asimilar el daño que nosotros mismos hemos permitido que nos hagan, creyendo todo lo que decían en lugar de albergar la posible duda de la no veracidad total de lo narrado.

Cobardía, la peor cualidad, en especial cuando del trato humano se trata. De nada sirve encerrarse, aislarse, negarse el sentir el frío del exterior, puesto que al igual que la fresca primavera, el infernal verano y el cálido otoño, son lo que nos recuerdan que seguimos vivos, los estímulos de nuestro alrededor, del tipo que sean.

También, trasladándonos a otro extremo, tenemos la integridad física, creyendo la mentira de que manteniéndonos alejados del peligro, este se mantendrá alejado de nosotros, aislándonos de forma física, emocional o mental, negándonos de aquello que está compuesto la vida, que básicamente es placer y dolor a partes iguales, el placer de ver un amanecer y el dolor de sentir como la luz dilata nuestras pupilas y taladra nuestras corneas después de una noche sin dormir; sin embargo, la relativización de la importancia de esto nos hace descartar el dolor de ojos y quedarnos solo con el placer de ver amanecer .

Tendemos a darle importancia a personas y actos que realmente no lo tienen, ya que solo lo que perdura es importante, el resto solo es eventual y, en la mayoría de los casos , nuestro cuerpo nos manda señales que nos indican que hacer, son esos instintos primitivos que nos recuerdan los animales de los que venimos.

Cuando estás sobre un puente dando vueltas alrededor de un centro de rotación ubicado en el centro de tu coche por un volantazo para no colisionar con un conductor presumiblemente borracho, esta escala de valores, estas prioridades, desaparecen todas a la vez; recuerdas cada momento que no has vivido por esa escala, cada cosa que podrías haber hecho por mantenerte fiel a una idea absurda que realmente nadie aprecia ni entiende ni respeta. Cuando sientes por segunda vez al volante como una parca susurra un “quizás la próxima vez” detrás de tu nuca, la importancia relativa de las cosas se desvanece y como por arte de magia y gracias a un recuerdo de un futuro que conoces, recuerdas aquella frase de no trates como prioridad a quien te tiene como opción y viceversa.

Sin embargo el ser humano tiende a darle demasiada importancia a demasiadas cosas que no la tienen y demasiada poca a las cosas que realmente lo tienen.

En especial con las personas que los rodean de una y otra forma y con aquellos que podrían ser algo más que situaciones o eventos momentáneos en un breve periodo de esta senda hacia el claro al final del camino al que todos vamos tarde o temprano.

Gracias a los dioses que nunca he sido humano y con el conato de fenecimiento de hace unos días lo he recordado al igual que la ultima vez al volante, al igual que esa época encerrado en una habitación de sábanas blancas y frías, tubos y sonido de maquinaria a todas horas, la imposibilidad de levantarte de la puñetera camilla y el mirar un amanecer por la ventana que podría ser el último, de no poder sentir besos, abrazos, caricias, el saber que te van a dormir y existen probabilidades de que no despiertes...

De aquellos que nunca salieron de aquel pasillo ni de los infantes que no salieron jamás del pasillo del sótano en el cual me ofrecí a trabajar como voluntario cuando me sentía recuperado.

Recordando me doy cuenta de que nada tiene importancia, solo lo que perdura de una forma o de otra lo tiene y realmente tampoco podemos tomarnos este viaje demasiado en serio ya que no saldremos vivos de él.

Mientras llega el momento de llegar al claro al final del camino y no, la mejor opción es intentar no hacer daño y disfrutar lo máximo posible de todas las opciones que ofrece lo que nos rodea, siempre por supuesto, respetando nuestro propio código interno. El problema viene cuando el código de algunas personas es totalmente opuesto al nuestro, entonces volvemos a empezar, solo que cambiando las personas y sucesos por nuestro propio código interno.

Como siempre, todo es cíclico y realmente nada importa, solo lo que hacemos por los demás puede tener algo de eco en la eternidad, aunque estos sean incapaces de comprender la magnitud de lo que hacemos y solo nos quede seguir adelante con una triste sonrisa en los labios…


Un saludo y gracias por leerme.

Vuestro.



M.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La senda del guerrero

Hace tiempo asumí una filosofía, una corriente abstracta de pensamiento, una senda, camino o como cada cual quiera llamarle.

La senda del guerrero.

Nunca tiramos la toalla, nunca nos rendimos sin consideramos que la batalla es honorable, no tenemos ni pedimos piedad a aquell@s que carecen de moral u honor, así como cuando deshonramos nuestro propio nombre y olvidamos el rostro de nuestro padre movemos cielo y tierra por reparar el daño o conseguir que la rueda Karmica gire de alguna forma reparando aquello que hemos hecho.

Esto quema, pero de alguna forma sacamos fuerzas de donde no existen para seguir adelante, siempre adelante como decía Walt Disney, no existe descanso para el guerrero salvo cuando este deja de respirar ya que la aceptación de este camino es la firme aceptación de la muerte según el libro de la tierra.

No existe mesura en el cariño y el amor que profesamos a los nuestros, aunque no lo demostremos, así como tampoco existe contra un enemigo que se niega a retirar sus fuerzas, dejar de intentar dañar o simplemente lo suficientemente estúpido como para en un alarde de prepotencia creerse superior.

No existe superioridad en el campo de batalla del día a día, solo perseverancia y tozudez guiada por la mano de unos dioses ebrios que manejan a las personas como unidades en un wargame.

En muchos casos los retos y vicisitudes del camino hacen tambalearse todo lo que somos, pensamos, sentimos y creemos en el momento en el que apenas hemos conseguido que las heridas anteriores dejen de sangrar.

Sin terminar una batalla comenzar la siguiente, siendo abrumados por la magnitud y la fuerza del enemigo, tenga este la forma que tenga, pero siempre sin lugar a dudas enviados por Ellos.

Si, Ellos, enviados de esos ebrios dioses oscuros, esas manos que desde la sombra manipulan el tapiz del destino para conseguir que quieras tirar la toalla cuando crees que no podrás vencer esta batalla, Ellos, esos que Nunca pueden ganar, la razón de ser de la senda del guerrero, el no rendirse jamás, el no permitir que Ellos ganen, resistir hasta el último aliento, hasta la última gota de sangre, hasta que no existan fuerzas y a partir de ahí imponer la voluntad sobre el propio cuerpo.

Sin embargo, en algunas ocasiones, se deben guardar las armas, soltar las placas de armadura un poco (solo un poco) y dedicarse a disfrutar del viaje, dejar fluir las cosas y esperar que los dioses decidan, juzguen y consideren propicio el destino que albergas en tu corazón, si no, siempre puedes lanzarte de la barca y llegar a nado a la orilla.

Deslízate decía aquel pingüino que en algún momento del film se convirtió en la raquítica Marla Sinclair.

Fluye como la especia decían los navegantes inmersos en ella misma.

Mantener sueños y esperanzas, intentar doblegar el tejido de la realidad imponiéndolos de alguna forma solo puede llegar a ser útil cuando abarca únicamente a nuestra persona.

El resto es un cálculo de probabilidades de séptimo nivel y como dice el código de la robótica “no crearas una maquina que piense como un hombre”, menos aun mejor que él.

No se trata de tirar la toalla, sino simplemente hacer lo que cada cual crea que debe hacer en cada momento, el intentar doblegar las voluntades ajenas, sea para bien o para mal es algo que en la mayoría de los casos es tan contraproducente como meter en una centrifugadora nitroglicerina, puedes condensar sus partículas y hacerla estable y más potentes sí, pero también te puede estallar en la cara.

Así que si algo no te desagrada, simplemente déjalo fluir, es infinitamente probable que no llegue al destino al que quieres, pero dice un tipo ingles al cual un alemán le esconde poco a poco todas las cosas, que si existe una probabilidad entre un millón de que algo ocurra esto será así.

Bastante se lucha como para no tener un remanso de paz.

Ahí es donde creo que mucha gente tiene el mayor problema, en no dejar fluir las cosas o en intentar hacer que las cosas ajenas fluyan o dejen de fluir.

Solo, deslízate…

Y mientras tanto recordad, Ellos no pueden ganar…

Un saludo




Vuestro

M.